miércoles, 23 de marzo de 2011

El Encuentro

Sentado en el balcón de la vieja casa de madera, la tarde cayendo y el viento jalando lo que el día trajo, una copa de vino acompaña mi soledad, hasta el sol parece huir de mi presencia. Las flores del jardín van perdiendo su vivacidad y duermen con la dulce música del viento de primavera.

Me compadezco de la ingratitud del tiempo y sorbo a sorbo bebo el agua divina, mientras pesco al sol y guardo al mundo en el bolsillo de mi pantalón.

Ahora solo quedamos tres en la escena, pero una, brillante y lejana nada sabe de la vida pues hace mucho la perdió, la luna qué sabe del amor si hasta la estrella fulgurante la abandonó.

La otra, parece acompañarme, sigue y ha seguido mis pasos siempre, algunas veces parece opacarme y sólo en cada atardecer está junto a mí. No habla, quizá tampoco escucha, pero ahora mi sombra me acompaña y baila y se enreda con el vals escrito para hoy.

El último, el más vacio de los tres, el más solo y el más embriagado; tiene un par de sueños depositados en el corazón, un hogar que no le pertenece y algunos fantasmas que en esta noche duermen a su alrededor.

Bailando y bebiéndose la vida, los tres recorren las horas de amarga oscuridad, sólo así conocen lo que otros nombran ‘la felicidad’.

Sorprendidos por el amanecer, el último, el hombre solitario se despide de su sombra y de la luna, prometiéndose ver cada noche en el mismo lugar.



Diana Delgado