Te fui infiel. Es la frase con la que
decidí empezar nuestra charla. Como debía ser, tú, recargado en la cabecera de
la cama y yo frente a la ventana, listos para hablar de nuestros días, de lo
que era la vida pero la diferencia era visible, la verdad quemaba mi garganta,
ya no podía besarte con esta lengua que me sabía a sal. Decías que notabas mi
ausencia y así lo era, no hacía otra cosa que sentir por él.
Insistí en que no había sido una sola
vez, quizá lo dije tan fuerte para que entendieras que estuve con otro, para
que de forma inconsciente pudiera decirte que no me hacías sentir tanta pasión
como la que brotaba cuando estaba con él, quizá para hacerte saber que quería
terminar lo que teníamos porque pensaba fugarme a vivir la locura, el
desenfreno, la intensidad de sus brazos. Ante eso tuve tu pasmo, pedías más
explicaciones de las necesarias y yo te las di. Después de todo, aún te quería.
Exigiste saber cómo había comenzado
todo y la verdad no encontré principio, fue fugaz, fue tortuoso, fue
inesperado. Sentí por él lo que no sentí por nadie, nunca. Encontré luz en sus
ojos, calor en su sonrisa, placer en sus manos. Viví el desquicio, su
sensualidad, la desesperación por volver a verlo. Me apasionó hasta los huesos,
fue mi tema, fue mi motivo, me inspiró. Sentí. Sentí. Sentí. Así, así tan de
repente me llegó su amor.
Mientras más lo decía, más querías
saber, era tu manera de entender, supongo. Continuaste cuestionando los porqués y yo seguí explicando que ese
hombre no carecía de nada, poseía las virtudes que había estado buscando. No sé
porqué seguí tu juego y confesé que no todo había sido brutal, físico. Que él
es inteligente, valiente, integral, una persona con quien lo mismo se puede
tener la mejor noche que la plática más profunda y placentera. Que era alguien
cuya voz eliminaba cualquier murmullo y
que embriagaba con sus labios.
Qué loca fui, por un momento esperaba
que lo entendieras, pero, cómo ibas a entenderlo, cómo podía hacer que aceptaras
que te había sido infiel, ¡qué estupidez! Gritaste y ahora yo me enfurecí,
traté de defender mi sentimiento. Sabía que contigo tenía la estabilidad, que
con él todo era pasión, todo era sexual, pero me negué a tus reclamos y ahí te
conté sobre todos los encuentros que habíamos tenido. Hice que recordaras los
momentos en los que notabas mi ausencia y los aproveché para platicarte las
sensaciones de recorrer su cuerpo, las vibraciones de sus caricias, de sus
manos largas y delgadas dibujando
caminos en mi espalda y de sus labios andando sobre ellos.
Con él cumplí todas las imágenes
creadas después de una buena lectura. El vino, los libros y los cuerpos fueron
nuestro alimento, no había otra cosa que buscar. Hasta su nombre era perfecto,
era el recorrido entre dos lugares en los que siempre había encontrado un
asidero.
Lo dije y después todo quedó en
silencio. Confesé que hacía dos semanas que lo había dejado de ver, era lo
mejor. Preguntaste si seguía deseándolo y respondí que sí, con toda el alma. Pero
era ese el momento de retirarse, de dejar que su alma siguiera siendo libre y
de hacer que la mía volviera a lo real. Confesé que debí despertar de ese
sueño, y que con estas palabras entendieras que después de la infidelidad, esperaba
que siguieras caminando junto a mí.
Diana Delgado Cabañez