Tantas veces vi su trabajo. Yo tenía menos de 15 cuando comencé a admirarla por sus retratos, por recorrer los rincones alejados de este país en donde la miseria y la desigualdad son la regla y que a través de su mirada se volvían bellos, estéticos.
Hoy, justo hoy que llevaba el desvelo a cuestas y que casi no me levanto para ir a trabajar la conocí. Pequeñita, menuda, vestida con una blusa y una falda negra que resaltaban el tono pálido de su tez.
Nadie la había notado hasta que por micrófono agradecieron "la visita de honor de la fotógrafa", supongo que utilizóla técnica con la que tantas veces se camufló para hacer su trabajo.
Al escucharlo todos voltearon, pero al no percibir ninguna actitud de altivez de quien lleva "el honor", la prensa regresó a ver a quienes coordinaban el evento en el que estábamos.
Al momento de la pose del presidium resonó de nuevo "que pase nuestra invitada para la foto", justo en ese momento, enmedio de todos, una señora hincada pidió ayuda para levantarse pues los achaques de la edad se lo dificultaban.
Tomaron su mano los colegas que estaba junto a ella, dio dos pasos al frente, giró y mientras agitaba una cámara análoga que nada tenía que ver con la sofisticación de la que cargan los reporteros dijo: "yo era la que tenía que tomar la foto".
Ahí, justo ahí, la conocí.
Al final del protocolo en el que inauguraban el evento me acerqué. Al tenerla de frente abrí los ojos tan grandes y con tanta sorpresa que de inmediato entendió mi emoción. Me dio la mano y dijo "soy Graciela", jajaja, ¡como si no la conociera!
Próntamente estreché la mano con la que ha hecho tantas fotos mangníficas. Me presenté y en una charla que seguramente no duró más de dos minutos le dije cuánto admiraba su trabajo y lo que significaba para mi poder conocerla. Ella siempre sonrió y agradeció con la humildad de quien se siente incómodo con los halagos.
Cruzamos palabras y un segundo antes de que fuera capaz de pedirle una foto, sólo una foto, se acercaron dos personas para tomarla del brazo y decirle que se debían retirar. Que el auto estaba estacionado en doble fila en vía rápida y que no podía esperar más.
Ella me regresó la mirada y con un "querida mía, fue un gusto" me ofreció un abrazo y caminó a la salida.
A veces la vida y el periodismo es así. Qué ironía, quien me motivó a tomar fotos ahora me negaba la posibilidad de hacer una más. Ni hablar, en los recuerdos se quedará el día en que conocí a Graciela Iturbide.
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