miércoles, 18 de julio de 2018

De obstáculos no vencidos



Diana Delgado

Hace unas semanas tomé un curso de crónica y la tarea era escribir sobre el mayor obstáculo vencido.

No sabía si hacerlo sobre mi accidente en moto, cuando me avisaron que habían atropellado a mi mamá, sobre esa llamada a media noche para avisarme que un familiar había fallecido o sobre el rompimiento amoroso que más me dolió. No. Elegí un obstáculo que aún no venzo, quizá necesito comprobar que las letras pueden sanar.

Van 8 meses y 13 días y el sonido todavía me aturde. La combinación de la oscuridad con las luces azules, rojas y blancas que golpean con intermitencia aceleran mi pulso, me resecan la garganta.

Desde el 19 de septiembre no tolero los ruidos estruendosos, los vehículos de emergencia que van de un lado al otro, los gritos y lamentos. Ni todo junto ni por separado.

Me recuerdan aquella noche en las calles de la calzada de Tlalpan, a esa escuela que quedó hecha añicos, a las sábanas blancas que cubrían pequeños cuerpos, a la señora que tomó mi brazo y, aún sin poder respirar por la desesperación, se lamentó por la posibilidad que el beso que su niño le dio al bajarse del carro, antes de entrar a la escuela, fuera el último.

Esa maldita luz intermitente que enceguece al que la mira, esa luz que funcionó como faro para quienes caminaban por la calle en total oscuridad, la que permitía vernos las caras cada que cambiaba de azul a blanco, de rojo a blanco.

La que anunciaba que la desgracia se ponía peor,  que nos dejaba ver a los que se sentaban a llorar en las banquetas, a los que abrazaban a sus perros y a quienes agradecían a Dios por proteger a su familia.

Durante días me encontré con esa luz, con el ruido de las sirenas, con las calles oscuras. Con la inmensidad del no poder hacer nada. Quizá por eso todavía me sofocan, me ponen ansiosa, me secan la boca.

Algún día pasará, algún día.

El callejón de los viejitos

Diana Delgado

El espacio es finito, 26 casas de cada lado. El callejón 241B parece gris, aunque todos los hogares están pintados en tonos pastel.

Nadie camina en las estrechas calles, no hay gente. En el barrio se sabe que ahí, en ese callejón, viven puros viejitos.

Esos que en las mañanas barren sus calles, una vez al mes podan sus árboles y en las tardes sacan un banquito a la banqueta para tomar el fresco.

No hay tienditas, ni farmacias, ni locales de comida. Solo casas de uno o dos pisos. Muchas plantas. Pensamientos, hortensias, pino y tepozan. Hierba santa, yerbabuena, mejorana y manzanilla. Ramas de naranjo y hoja de aguacate.

El pasillo de entrada es el mismo que de salida, quizá por eso casi nadie pasea por ahí, no hay nada que los lleve al 241B, ese callejón silencioso asentado una de las colonias más grandes de América Latina: la Agrícola Oriental.

Mi presencia es extraña. Una mujer me mira desde la ventana y sólo asiente con la cabeza a mi saludo.

Un perro saca sus patas entre los barrotes blancos de una entrada, asoma el hocico y se avienta a la puerta al verme pasar.

Dos señores van a paso lento, uno camina hacia el sur, el otro al norte. Van del mismo lado de la acera. Sonríen y levantan la mano sabiendo que se van a encontrar.

-Buenas tardes, paisano. ¿Cómo estás? - dice un hombre como de 80 años, viste pantalón de mezclilla, camisa a cuadros y una gorra color beige. Su andar es lento, cojea ligeramente.

-Qué pasó, paisano, pues seguimos aquí. ¿Tu cómo estás- responde el otro señor que apenas rebasa los 70 años y también porta una cachucha.

- Con estas canijas rodillas que le recuerdan a uno que ya está viejo. Pero que se aguanten un rato- revira.

Ambos me miran y dicen buenas tardes al tiempo que levantan la vicera de sus gorras.

Su diálogo dura unos cuantos minutos, hablan del clima que no da tregua, del retraso en el pago de su pensión, de lo que van a comer ese día.

Es la cotidianidad del callejón 241B. "El de los viejitos", en donde no pasa nada. El espacio gris de colores pastel.

sábado, 25 de octubre de 2014

De cuando conocí a Graciela Iturbide

Tantas veces vi su trabajo. Yo tenía menos de 15 cuando comencé a admirarla por sus retratos, por recorrer los rincones alejados de este país en donde la miseria y la desigualdad son la regla y que a través de su mirada se volvían  bellos, estéticos.

Hoy, justo hoy que llevaba el desvelo a cuestas y que casi no me levanto para ir a trabajar la conocí. Pequeñita, menuda, vestida con una blusa y una falda negra que resaltaban el tono pálido de su tez. 

Nadie la había notado hasta que por micrófono agradecieron "la visita de honor de la fotógrafa", supongo que utilizóla técnica con la que tantas veces se camufló para hacer su trabajo. 

Al escucharlo todos voltearon, pero al no percibir ninguna actitud de altivez de quien lleva "el honor", la prensa regresó a ver a quienes coordinaban el evento en el que estábamos.

Al momento de la pose del presidium resonó de nuevo "que pase nuestra invitada para la foto", justo en ese momento, enmedio de todos, una señora hincada pidió ayuda para levantarse pues los achaques de la edad se lo dificultaban. 

Tomaron su mano los colegas que estaba junto a ella, dio dos pasos al frente, giró y mientras agitaba una cámara análoga que nada tenía que ver con la sofisticación de la que cargan los reporteros dijo: "yo era la que tenía que tomar la foto". 

Ahí, justo ahí, la conocí.

Al final del protocolo en el que inauguraban el evento me acerqué. Al tenerla de frente abrí los ojos tan grandes y con tanta sorpresa que de inmediato entendió mi emoción. Me dio la mano y dijo "soy Graciela", jajaja, ¡como si no la conociera! 

Próntamente estreché la mano con la que ha hecho tantas fotos mangníficas. Me presenté y en una charla que seguramente no duró más de dos minutos le dije cuánto admiraba su trabajo y lo que significaba para mi poder conocerla. Ella siempre sonrió y agradeció con la humildad de quien se siente incómodo con los halagos.

Cruzamos palabras y un segundo antes de que fuera capaz de pedirle una foto, sólo una foto, se acercaron dos personas para tomarla del brazo y decirle que se debían retirar. Que el auto estaba estacionado en doble fila en vía rápida y que no podía esperar más.  

Ella me regresó la mirada y con un "querida mía, fue un gusto" me ofreció un abrazo y caminó a la salida.

A veces la vida y el periodismo es así. Qué ironía, quien me motivó a tomar fotos ahora me negaba la posibilidad de hacer una más. Ni hablar, en los recuerdos se quedará el día en que conocí a Graciela Iturbide.

jueves, 31 de julio de 2014

Contradicciones

Fuimos un entramado de aciones, como esos trazos deformes causados por las ramas de los árboles y que cualquiera puede encontrar dibujados sobre un cielo azul en una tarde de mayo o de cualquier otoño. 

Al conocernos, muchos dijeron que gracias a ti centré mis pensamientos, dejé de ser egoísta y cambió mi modo de ser con el mundo. Dijeron, también, que yo fui el color de tu vida, la desfachatez y la ironía que te hacía falta entender. Nunca creyeron que yo sería capaz de corromper tus silencios y de aprender de ti a disfrutar del vacío. 

Siempre fuimos uno contra el otro, pero también fuimos uno con el otro. Sinceramente no me sorprende que incluso ahora que ya no estamos juntos, sigo dibujando en ti una sonrisa cuando digo un sinsentido. 

Te conocí un invierno y para mi siempre fuiste un cálido enero. Hubo días en los que viví en la cercanía del mundo que tantas veces Borges describió, sentí que muchos anhelos llegaron a buen puerto y que la felicidad es algo por lo cual se trabaja. Constantemente pienso en esas tardes de domingo acompañadas de besos con sabor a café y de noches coloreadas y con prisa, porque a pesar de todo, nunca pudimos detener el tiempo.

Lo entendí. Somos contradicción pura, como el agua y el aceite, el blanco contra el negro, el cielo y el infierno, el uno para el otro. Tu pensabas en llegar a más y yo empecé a creer menos. Eras el día y yo fui tu noche. Luego pronunciaste ese te amo, pero ya no quiero estar contigo.

Diana Delgado

jueves, 21 de noviembre de 2013

Hace tanto y tan poco

En el último día oficial de licenciatura. 

A mis colegas de generación.


A mis amigos, a quienes amo mucho después de cuatro años y medio de caminar juntos. 

Nos conocimos hace tanto y tan poco. Hace tanto que entramos en ese primer semestre, en aquel salón que nos tenía hacinados, pues estaba diseñado para alrededor de 30 personas y albergaba a más de 50 estudiantes. Hace tanto que nos obligaron a aprender el nombre del de junto, a entrevistarnos y a conocernos un poco más, tanto que agarramos confianza y terminamos armando “la vaquita” para la tomadera grupal. Nadie más hizo eso.

No sé cuándo, pero bien recuerdo las primeras veces que destrozaron nuestros textos, aunque quizá nosotros pensamos “no están tan jodidos”, pero sí, eran una porquería. También recuerdo las cosas que hacíamos por ganar una calificación, por ejemplo: disfrazarnos para una pastorela y andar así desde el metro a la Facultad. ¡Qué oso!


Hace tan poco que nos escapábamos de nuestras clases para dedicarnos a los vicios. Alcohol, música, baile… fuimos inconscientes, necios e inmaduros. Ahora que lo pienso, ¿cuántas idioteces no hicimos juntos?, ¿de cuántas cosas no nos salvamos? ¿Cuántas veces no arriesgamos nuestra vida? Y al mismo tiempo, ¿cuántos días no fueron “el mejor día de todos”? ¡Qué cantidad de momentos inolvidables!


El andar por los pasillos de la H. Facultad de Ciencias Políticas y Sociales no hubiera sido lo mismo sin el estrés al momento de las inscripciones, ya sea porque no teníamos recomendaciones, porque el sistema nos mandó al horario más horrible o porque en el último momento, a la página se lo ocurrió quedarse congelada cuando sólo quedaba un lugar con el profesor que queríamos. 


Cualquiera que se precie de ser o haber sido estudiante de Polakas sabe que aunque todo estuviera a su favor, llevara horas en la fila y los documentos necesarios; si Pedro Mundo estaba de malas, jamás haría ningún movimiento. En cambio, si lo agarrabas cuando regresaba de desayunar o comer, se abrían lugares con tan sólo un clic.


Dentro de las clases, quién va a olvidar a esa profesora de rizos largos y definidos que, sin ser mala onda, nos tenía más traumados que niña a la que le arrebataron sus dulces, pero que poco a poco descubrimos que haber cursado su materia fue una de las mejores elecciones de la carrera.


Haber descubierto profesores que venían de otros países y que con sus acentos particulares, aportaron y marcaron nuestras vidas. Algunos nos motivaron y otros nos hicieron reafirmar una vocación que en algún momento creímos diluida. Aquellos que nos dieron la mejor definición del periodismo al enseñarnos que se trata de “un helado de vainilla con chispas de chocolate”. Nunca he leído a un teórico más acertado.


Cómo olvidar cuando pasamos cada hora; día; semana; mes; trabajando e investigando sobre lo que, en pocas palabras, definimos como los compañeros “más guapos y buenotes” de la Facultad.


Cuando tomábamos clase de Teorías de la Comunicación y no entendíamos nada, hasta que al caer la noche, fumábamos ideas en forma de tabaco y en medio de una plática sobre chismes, amigos y cosas sexosas (especial énfasis en este último) comprendíamos los conceptos más complejos de Heidegger, Habermas, Luhman, Lyotard, Garfinkel, Baudrillard, etcétera, aunque al hacerlo, nuestra vida “perdiera significación”.


No puedo dejar fuera las peleas con vagabundos al querer hacer un reportaje. Las veces que recorrimos cerros y atravesamos la ciudad con pocos pesos en la bolsa. Algunas veces sin comer y otras sobreviviendo al desvelo, al cansancio y a uno que otro malestar; pero siempre a sabiendas de que nada nos podía impedir cubrir un evento o ir a entrevistar. Esos trabajos que de manera obligada nos hicieron amigos y que por elección nos convirtieron en hermanos. 


Quién no se va a quejar (y al mismo tiempo agradecer) por haber cursado una materia en la que, por definición de la profesora, leíamos dos “libros orgásmicos” (más de 350 páginas) por semana, pero a pesar de que sufrimos, aprendimos como locos.


Difícil borrar de mi mente ese semestre en el que cada martes y viernes recreábamos fragmentos de la película de Pedro Infante El Seminarista, porque por primera vez teníamos profesores guapos en una escuela (casi) “para señoritas”.


Lo que siempre ha sido de campeones es tener 10 minutos para trasladarse del CELE/biblioteca/cualquier otra Facultad a Ciencias Políticas (y viceversa), y poder llegar a las respectivas clases. Sinceramente no sé qué odiaré más, estar tan pinche lejos de todo o la rampa que, después de cuatro años y medio, no puedo subir sin jadear.
Cuántas cosas no estoy dejando fuera. Quizá si nuestras ojeras y gastritis hablaran, hasta nosotros nos quedaríamos asombrados. Quizá nunca he sido la mejor amiga o compañera, pero lo he intentado y esto que escribo no es nada comparado con lo que pasó. Son tan sólo 828 palabras y 4 mil 962 caracteres que tratan de hacer recordar, reír, llorar. De esperar que esto que termina nos dé la oportunidad de ir más allá. 


Quizá volver a vernos no esté en el calendario, pero por si las dudas…


Gracias, gracias, gracias.

domingo, 22 de septiembre de 2013

¿Tus besos o tu boca?

No sé qué prefiero: si tus besos o tu boca.
Tus besos porque inundan, hidratan, suavizan mi piel, o tu boca que impura recorre mi cuerpo conteniendo suspiros.
Tus besos que son reflejo del alma desolada después de horas de ausencia o tu boca que inhibe y desinhibe todo lo que toca.
Besos que desdoblan al ser, boca que lo multiplica. Me haces una, cientos, miles y a la vez ninguna a través de tus palabras.

Creo que amo más a tu boca, porque en ella se alojan las pasiones, las palabras y tus besos.

sábado, 4 de mayo de 2013

Inercias


Después de una intensa jornada de trabajo regresé a mi departamento, me sentía muerta de cansancio y en la casa de enfrente se escuchaba mucho ruido, pisadas, música, risas que peleaban por ser discretas pero resonaban, al principio fueron soportables, pero después sentí que me enloquecían.

Enojada, salí de mi casa y toqué una vez a la puerta del vecino escandaloso. Nadie abrió. Volví a intentar, pero nada. El tercero tenía que ser definitivo, azoté mis manos con tanta fuerza contra la puerta  que terminó por abrirse sola y, como olla de presión,  escapó de la casa un aroma a cigarro, alcohol y sexo.

No contuve la curiosidad y entré. Todo se veía nebuloso, el aire era pesado, la música estruendosa y el calor estaba encerrado, pero no había nadie. Caminé hacia donde se escuchaban murmullos y risas, una de las habitaciones se abrió, salió un joven moreno, ojos claros, cabello rizado y sonrisa encantadora.

Dijo que me esperaban, pero yo sólo miraba su cuerpo desnudo, casi perfecto.

¿Cómo me iba a estar esperando mi vecino?, pensé. Pero no me detuve, seguí andando en esa nube de aromas y visiones sexuales, llegué a la última habitación, la puerta estaba entreabierta, la empujé y el rechinido me erizó la piel.

El cuarto estaba a oscuras. Entré y alguien pasó su mano por mi espalda, tomó la puerta y la colocó en la posición entreabierta en la que la encontré. Sólo se dibujaba una diagonal en el piso por la luz que golpeaba con fuerza la oscuridad.

Sentí que un par de manos recorrieron mi vientre, casi atravesaron mi ropa, la quemaron, me la arrancaron. Quedé frente a él, sentí su cuerpo, lo toqué, lo eroticé.

Nos besamos, nos desesperamos, nos violentamos. Me pidió que arañara su espalda y lo hice tan fuerte que sentí que un líquido caliente recorría mis manos, nadie se asustó por la sangre, al contrario, nos excitó más. Y su cuerpo, cual martillo frente al clavo, se movía con intensidad entre mis piernas mientras me pedía que lo mordiera porque casi se venía en mi interior.

Continuaron los besos, lo lancé contra la pared y en un jalón clave mi zapato entre sus pies,  ese dolor reavivo su sexo, lo llenó de fuerza, lo enrojeció. Me encargué de mantenerlo así, respiraba cada vez más fuerte para tratar de contener el final del momento y yo no podía dejar de lamer su entrepierna. Pasamos de la cama al sillón, nos topamos con el muro y llegamos a la puerta. Ahí donde antes se veía un haz de luz, ahora estaban mirándonos el muchacho de cuerpo perfecto y su acompañante.

Casi arranco uno de sus labios por la fuerza del deseo, quería lucirme para el público, que se viera que yo también sabía cómo actuar. Aseguraste que ya no podías contener más tus fluidos, que sentías que explotaría tu miembro y tu corazón. Hice que no escuché y continué con mi tarea, su respiración se volvía exagerada, jadeaba como perro famélico, me lanzó a la cama gritando que ya era el momento, que debía terminar en mí.

Sobre esa King Size golpeó mis muslos con una fuerza que nadie me había mostrado, se hacía cada vez más veloz y la energía de su cuerpo no se comparaba con el remolino de sus ganas, continuaba golpeando, gemí, soltó una lágrima, tomó mis pechos y arreció el movimiento. Sentí que la vida se le estaba escapando, que me la estaba entregando.

Acostumbrada a la oscuridad ya podía ver el color sanguinolento de su mirada, su rostro que mostraba enfermedad por la desesperación de terminar. Explotó y un grito salió desde sus entrañas, fue un crujir profundo. Luego, el silencio, suspiró, cayó de golpe sobre mí, y yo lo sentí contraído, inamovible, inerte…

Diana Delgado Cabañez

miércoles, 19 de diciembre de 2012

Infidelidad


Te fui infiel. Es la frase con la que decidí empezar nuestra charla. Como debía ser, tú, recargado en la cabecera de la cama y yo frente a la ventana, listos para hablar de nuestros días, de lo que era la vida pero la diferencia era visible, la verdad quemaba mi garganta, ya no podía besarte con esta lengua que me sabía a sal. Decías que notabas mi ausencia y así lo era, no hacía otra cosa que sentir por él.

Insistí en que no había sido una sola vez, quizá lo dije tan fuerte para que entendieras que estuve con otro, para que de forma inconsciente pudiera decirte que no me hacías sentir tanta pasión como la que brotaba cuando estaba con él, quizá para hacerte saber que quería terminar lo que teníamos porque pensaba fugarme a vivir la locura, el desenfreno, la intensidad de sus brazos. Ante eso tuve tu pasmo, pedías más explicaciones de las necesarias y yo te las di. Después de todo, aún te quería.

Exigiste saber cómo había comenzado todo y la verdad no encontré principio, fue fugaz, fue tortuoso, fue inesperado. Sentí por él lo que no sentí por nadie, nunca. Encontré luz en sus ojos, calor en su sonrisa, placer en sus manos. Viví el desquicio, su sensualidad, la desesperación por volver a verlo. Me apasionó hasta los huesos, fue mi tema, fue mi motivo, me inspiró. Sentí. Sentí. Sentí. Así, así tan de repente me llegó su amor.

Mientras más lo decía, más querías saber, era tu manera de entender, supongo. Continuaste cuestionando  los porqués y yo seguí explicando que ese hombre no carecía de nada, poseía las virtudes que había estado buscando. No sé porqué seguí tu juego y confesé que no todo había sido brutal, físico. Que él es inteligente, valiente, integral, una persona con quien lo mismo se puede tener la mejor noche que la plática más profunda y placentera. Que era alguien cuya voz eliminaba  cualquier murmullo y que embriagaba con sus labios.

Qué loca fui, por un momento esperaba que lo entendieras, pero, cómo ibas a entenderlo, cómo podía hacer que aceptaras que te había sido infiel, ¡qué estupidez! Gritaste y ahora yo me enfurecí, traté de defender mi sentimiento. Sabía que contigo tenía la estabilidad, que con él todo era pasión, todo era sexual, pero me negué a tus reclamos y ahí te conté sobre todos los encuentros que habíamos tenido. Hice que recordaras los momentos en los que notabas mi ausencia y los aproveché para platicarte las sensaciones de recorrer su cuerpo, las vibraciones de sus caricias, de sus manos largas y delgadas  dibujando caminos en mi espalda y de sus labios andando sobre ellos.

Con él cumplí todas las imágenes creadas después de una buena lectura. El vino, los libros y los cuerpos fueron nuestro alimento, no había otra cosa que buscar. Hasta su nombre era perfecto, era el recorrido entre dos lugares en los que siempre había encontrado un asidero.

Lo dije y después todo quedó en silencio. Confesé que hacía dos semanas que lo había dejado de ver, era lo mejor. Preguntaste si seguía deseándolo y respondí que sí, con toda el alma. Pero era ese el momento de retirarse, de dejar que su alma siguiera siendo libre y de hacer que la mía volviera a lo real. Confesé que debí despertar de ese sueño, y que con estas palabras entendieras que después de la infidelidad, esperaba que siguieras caminando junto a mí.
Diana Delgado Cabañez

domingo, 21 de octubre de 2012

Invierno



Bastó la noche en que tocaste a la puerta preguntando sí ahí vivía tu hermano Manuel, tú venías de lejos y yo estaba de visita con mis abuelos, recuerdo el aroma de la loción que usabas e incluso el color de la camisa que se convirtió en tu favorita.

Te indiqué que la casa de al lado era el lugar que buscabas y mientras lo decía, tu sonrisa y tu mirada recorrían el frío espacio de mi cuerpo cubierto por más de dos chamarras. Era invierno, y sé que poco a poco descubriste que soy muy friolenta.

Te vi más de una vez, te quedaste a vivir al otro lado de la calle y de mis pensamientos, nunca cruzamos palabras, pero jamás fueron necesarias. Ahora creo que pudimos pasar nuestras vidas en silencio, tan sólo con los encuentros fugaces de nuestros ojos.

Llegadas las fiestas del mes, tu familia resultó sorteada para organizar la quinta posada, ¿sabías que siempre he pensado que el cinco es mi número de la suerte? Ya habían  pasado las otras cuatro y nosotros estábamos limitados a un par de sonrisas y al recuerdo de la noche en la que tu hermano nos obligó a bailar una pieza.

El día de la celebración a las puertas de tu casa y de la mía había llegado. No sé cómo, pero conseguiste mi número de teléfono porque no me encontraste cuando de nuevo tocaste a la  puerta. Respondí y me invitaste a estar contigo esa noche, en la reunión.

Hiciste de todo para congraciarte, para acercarte, lo fuiste logrando, comenzó cuando me invitaste un poco de ponche de tu vaso y terminamos juntos, hablando, en el sofá rojo que tu hermano y tu acababan de comprar. Nunca pensé que esa invitación a estar contigo hubiera tenido tan profundos sentidos.

Hicimos lo que nunca habíamos hecho, hablamos por horas mientras veíamos por la ventana que la calle poco a poco se vaciaba, nos hartamos de palabras y pasamos a los besos, a las caricias, al roce de nuestros cuerpos fríos y temblorosos; quizá por el frío o quizá por los nervios, siempre hablamos del primero para que las emociones no nublaran lo que ahí estaba ocurriendo.

Metí mi mano en tu cabello y mientras me besabas jugué con tus rizos enredados, nos besamos en la boca, en las manos, en los pies y en cuanto rincón encontramos. Casi arranqué la camisa que apenas empezabas a desabotonar, era la misma con la que te había visto la primera vez.

Recuerdo que mordí suavemente tu oreja y eso te enloqueció, me sacaste la ropa y pasamos, giramos, peleamos y llegamos desenfrenadamente del lado izquierdo al lado derecho de la cama, nos enroscamos tanto, hasta que tuviste que detener tu cuerpo y la respiración, para sólo así desenredarnos.

Nuestros rostros, mis pechos, tu abdomen, nuestras piernas, todo quedó frente a frente, nos miramos, nos reconocimos y nos entregamos con la mayor disposición, entraste en mí para llevarte una parte de mi vida y para dejarme parte de la tuya, quedamos prendados con ese deseo surgido del silencio de nuestros anteriores encuentros.

El viento helado de las calles chocaba con el calor y la desesperación que arrancábamos a besos de nuestros cuerpos, las ventanas blancas del vapor, podían haber sido las delatoras de lo que  estábamos viviendo, pero no lo fueron, se quedaron estáticas e inmóviles, como en el momento en que acabamos extasiados y húmedos de pasión.

Creo que desde ahí lo aprendiste, nuestros cuerpos, separados, son fríos como esa noche de invierno en la que te conocí.

Diana Delgado Cabañez

miércoles, 17 de octubre de 2012

Estamos en una “época de oro” para el periodismo: Jorge Luis Sierra


Diana  Delgado Cabañez

“Con la aparición de internet y de las redes sociales, las posibilidades de que los periodistas ganen audiencia son mayores, sin embargo, hace falta profesionalización”, es una de las premisas que Jorge Luis Sierra, psicólogo y periodista, presentó ante los estudiantes de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM.

El egresado de Periodismo Internacional en la Universidad del Sur de California,  comentó que es necesaria la profesionalización de los periodistas en todos los ámbitos de la información, y de acuerdo con los avances actuales de la tecnología, el manejo especializado de redes sociales y herramientas digitales exige una mayor preparación.

“Los usuarios ya no se reconocen en los medios, parece que sus intereses ya no están expresados en periódicos ni en revistas, (…) se ha perdido el periodismo dirigido  a la sociedad”.  Es por ello, que los periodistas deben generar los espacios para ganar audiencias, pensando en los temas que les importan y encaminándolos de acuerdo a sus intereses y a las plataformas que utilizan.

De acuerdo con la información presentada por Jorge Luis Sierra, México está colocado en el cuarto lugar mundial  en cuanto al uso de facebook y en el segundo en relación con América Latina, en este sentido, el tiraje de ningún diario del país se acerca a  la cantidad de usuarios ni de información que se produce en la  red social más importante. Es así como a través de las plataformas tecnológicas, “hoy se puede hablar de una época de oro para el periodismo.”

Con el modo tradicional de hacer periodismo, se juega con una distribución vertical de contenidos, es decir, va de quien escribe e investiga hacia quien lee, sin embargo, “con internet  la producción de la información se democratiza, el usuario deja de ser pasivo y la circulación informativa se vuelve horizontal.”

Desde la perspectiva de Jorge Luis Sierra, Twitter es la herramienta  más útil para el periodista, y aclara que el hecho de usar  redes sociales implica también “un balanceo informativo, un sentido ético, profesional, comprometido con la verdad y con apego a la legalidad por parte del periodista (…) estos aspectos son los generadores de la condición fundamental en el periodismo: la credibilidad.”

Antes de concluir, el también psicólogo recomendó a los estudiantes de periodismo a entrar al mundo digital, a aprender a manejar las herramientas tecnológicas, a darle un uso periodístico a las redes sociales y a pensar en las plataformas digitales como medios para el ejercicio informativo de las nuevas generaciones.

Concluyó al mencionar la posibilidad de “combinar los métodos tradicionales de hacer periodismo con los digitales”, así, el periodista podrá generar su propia  audiencia de acuerdo a los temas de interés, y también, extendería el alcance social de la información, rescatando “el verdadero espíritu de las redes sociales: en el que todos se comuniquen con todos”

   Taller de Periodismo Especializado
Darío Fritz
17/Octubre/2012
 Trabajo 21